En el sentido artístico, la época romántica se asoció con la intención de despertar emociones y satisfacer anhelos. La añoranza del sur y de los tiempos pasados señaló el camino.
Louis-Francois Cassas nació en esta época como hijo de un cuchillero de campo, que le animó a temprana edad a iniciar un aprendizaje como dibujante técnico. En aquella época, el joven Louis-Francois ya ponía mucha ambición en la representación meticulosamente precisa de sus motivos y se empeñaba en representar todo con el mayor realismo posible. La variedad de técnicas que aprendió en una academia de dibujo parisina, como el dibujo, la acuarela y el colorido extremadamente detallado, se reflejan en sus obras posteriores y son la base de la atmósfera especial de sus obras.
A los 23 años, Louis-Francois-Cassas combinó los motivos formativos del Romanticismo, el anhelo hacia el sur y la añoranza del pasado, y partió hacia Roma. Pudo perseguir su fascinación por la arquitectura arcaica en la ciudad eterna, que ofrecía una multitud de antiguos monumentos romanos. En esta época, Cassas supo reflejar de forma muy real las particularidades de la antigua arquitectura romana y, por tanto, también dotó a sus dibujos de un valor documental.
Su anhelo por los países extranjeros, especialmente en el Cercano Oriente, le impulsó a ello y, basándose en su reputación como dibujante y pintor, se le permitió acompañar al embajador francés en un viaje diplomático a Constantinopla. El embajador supo captar los pintorescos paisajes y los antiguos edificios del entonces Imperio Otomano de tal manera que el observador no puede evitar sentirse fascinado por el hemisferio oriental. Al hacerlo, Cassas trasladó a sus lienzos su propia pasión por las épocas pasadas y las culturas extranjeras, de modo que uno se hace una idea de lo que debió de ser ver sus motivos con sus propios ojos y poder absorber la atmósfera.
Los anhelos aún vivos acabaron por llevar a Cassas a Siria. En la ciudad oasis de Palmira, realizó varios dibujos de la arquitectura antigua de esta ciudad milenaria y sus alrededores. Su afición por la meticulosidad y la representación extremadamente detallada de sus motivos de esta época hicieron que estas obras se recibieran como plantilla para los estudios de edificios antiguos. Más tarde, Cassas se sintió atraído una y otra vez por Oriente Medio, donde numerosos monumentos de la arquitectura antigua le ofrecían motivos y podía dar rienda suelta a su amor por lo exótico. Desde el Líbano hasta Palestina, pasando por los monumentos de la cultura constructiva egipcia, actuó a menudo como pionero en la documentación artística de muchos edificios antiguos.
Antes de regresar a Francia en 1792, Cassas volvió a quedarse en Roma, donde, además de su amor por la arquitectura arcaica de la ciudad eterna, también encontró y se casó con el amor de su vida. Esto cierra el círculo de la satisfacción de los anhelos en la vida de Louis-Francois Cassas.
En el sentido artístico, la época romántica se asoció con la intención de despertar emociones y satisfacer anhelos. La añoranza del sur y de los tiempos pasados señaló el camino.
Louis-Francois Cassas nació en esta época como hijo de un cuchillero de campo, que le animó a temprana edad a iniciar un aprendizaje como dibujante técnico. En aquella época, el joven Louis-Francois ya ponía mucha ambición en la representación meticulosamente precisa de sus motivos y se empeñaba en representar todo con el mayor realismo posible. La variedad de técnicas que aprendió en una academia de dibujo parisina, como el dibujo, la acuarela y el colorido extremadamente detallado, se reflejan en sus obras posteriores y son la base de la atmósfera especial de sus obras.
A los 23 años, Louis-Francois-Cassas combinó los motivos formativos del Romanticismo, el anhelo hacia el sur y la añoranza del pasado, y partió hacia Roma. Pudo perseguir su fascinación por la arquitectura arcaica en la ciudad eterna, que ofrecía una multitud de antiguos monumentos romanos. En esta época, Cassas supo reflejar de forma muy real las particularidades de la antigua arquitectura romana y, por tanto, también dotó a sus dibujos de un valor documental.
Su anhelo por los países extranjeros, especialmente en el Cercano Oriente, le impulsó a ello y, basándose en su reputación como dibujante y pintor, se le permitió acompañar al embajador francés en un viaje diplomático a Constantinopla. El embajador supo captar los pintorescos paisajes y los antiguos edificios del entonces Imperio Otomano de tal manera que el observador no puede evitar sentirse fascinado por el hemisferio oriental. Al hacerlo, Cassas trasladó a sus lienzos su propia pasión por las épocas pasadas y las culturas extranjeras, de modo que uno se hace una idea de lo que debió de ser ver sus motivos con sus propios ojos y poder absorber la atmósfera.
Los anhelos aún vivos acabaron por llevar a Cassas a Siria. En la ciudad oasis de Palmira, realizó varios dibujos de la arquitectura antigua de esta ciudad milenaria y sus alrededores. Su afición por la meticulosidad y la representación extremadamente detallada de sus motivos de esta época hicieron que estas obras se recibieran como plantilla para los estudios de edificios antiguos. Más tarde, Cassas se sintió atraído una y otra vez por Oriente Medio, donde numerosos monumentos de la arquitectura antigua le ofrecían motivos y podía dar rienda suelta a su amor por lo exótico. Desde el Líbano hasta Palestina, pasando por los monumentos de la cultura constructiva egipcia, actuó a menudo como pionero en la documentación artística de muchos edificios antiguos.
Antes de regresar a Francia en 1792, Cassas volvió a quedarse en Roma, donde, además de su amor por la arquitectura arcaica de la ciudad eterna, también encontró y se casó con el amor de su vida. Esto cierra el círculo de la satisfacción de los anhelos en la vida de Louis-Francois Cassas.
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