El 14 de junio de 1780, en las tranquilas calles de Lichfield (Reino Unido), el mundo dio la bienvenida a una nueva y deslumbrante alma: Henry Salt. Hombre de gran versatilidad, fue un artista de talento, un viajero intrépido, un diplomático elegante y un egiptólogo consumado. Esta armoniosa combinación de sus talentos confiere una especial profundidad y belleza a cada una de sus obras. Hijo del distinguido médico Thomas Salt y de su esposa Alice Butt, Henry comenzó su formación artística en su ciudad natal antes de continuarla en la bulliciosa metrópolis de Londres. Allí perfeccionó sus habilidades bajo la tutela de los maestros Joseph Farington y John Hoppner. Poco después, ocupó el puesto de secretario y constructor de George Annesley, el vizconde Valentia, un puesto que iba a tener una influencia decisiva en su carrera.
La fascinante odisea de Henry Salt le llevó primero a la India, pasando por paisajes sobrecogedores y culturas únicas que ampliaron su perspectiva artística y le sirvieron de inspiración. Con un apetito insaciable por descubrir, exploró después el Mar Rojo y las tierras altas de Etiopía, un lugar que le proporcionó una gran riqueza de conocimientos y experiencia. Durante estas aventuras, Salt llenó su cuaderno de bocetos con dibujos que formaron el corazón del opus magnum de Lord Valentia Voyages and Travels to India (1809), una colección que todavía sirve como fascinante crónica visual de sus viajes. Su profundo interés por el mundo le llevó de nuevo a Etiopía en 1809, esta vez al servicio del gobierno británico. Tras desentrañar las complejas relaciones entre los tigres y el caudillo Ras Wolde Selassie, Salt regresó a casa triunfante. Publicó los resultados de sus descubrimientos en la reveladora obra A voyage to Abyssinia, & travels into the interior of that country.
En medio del antiguo esplendor de Egipto, Salt encontró un nuevo hogar como Cónsul General en El Cairo en 1815. Su misión consistió en descubrir y reunir los tesoros del país. Destacó en particular la cabeza de una estatua de Ramsés II del Ramesseum de Luxor, que legó al Museo Británico, y el sarcófago de Ramsés III, que fue a parar al Louvre de París. Tanto a través de sus propias excavaciones como financiando otras, Salt contribuyó significativamente al conocimiento de la cultura egipcia, dejando un rastro de grabados artísticos que captaban la estética de esta civilización desaparecida hace mucho tiempo. Aunque su trabajo gozó de gran reconocimiento, sobre todo por su habilidad para descifrar jeroglíficos, Salt fue también un cariñoso padre de familia. Se casó con la hija de un comerciante italiano de Livorno y tuvo tres hijas con ella. A pesar de las trágicas pérdidas sufridas por su familia, como la muerte de su esposa y de su hija recién nacida, Salt mantuvo su dignidad y su celo. Henry Salt falleció el 30 de octubre de 1827 en Desouk, cerca de Alejandría, pero su legado perdura en sus obras, que honramos y reproducimos como magníficos grabados artísticos. Cada trazo y cada línea cuentan la historia de un hombre dedicado al arte, al descubrimiento y a la conservación del patrimonio cultural. Fue un auténtico pionero cuya influencia y trascendencia perduran hasta nuestros días.
El 14 de junio de 1780, en las tranquilas calles de Lichfield (Reino Unido), el mundo dio la bienvenida a una nueva y deslumbrante alma: Henry Salt. Hombre de gran versatilidad, fue un artista de talento, un viajero intrépido, un diplomático elegante y un egiptólogo consumado. Esta armoniosa combinación de sus talentos confiere una especial profundidad y belleza a cada una de sus obras. Hijo del distinguido médico Thomas Salt y de su esposa Alice Butt, Henry comenzó su formación artística en su ciudad natal antes de continuarla en la bulliciosa metrópolis de Londres. Allí perfeccionó sus habilidades bajo la tutela de los maestros Joseph Farington y John Hoppner. Poco después, ocupó el puesto de secretario y constructor de George Annesley, el vizconde Valentia, un puesto que iba a tener una influencia decisiva en su carrera.
La fascinante odisea de Henry Salt le llevó primero a la India, pasando por paisajes sobrecogedores y culturas únicas que ampliaron su perspectiva artística y le sirvieron de inspiración. Con un apetito insaciable por descubrir, exploró después el Mar Rojo y las tierras altas de Etiopía, un lugar que le proporcionó una gran riqueza de conocimientos y experiencia. Durante estas aventuras, Salt llenó su cuaderno de bocetos con dibujos que formaron el corazón del opus magnum de Lord Valentia Voyages and Travels to India (1809), una colección que todavía sirve como fascinante crónica visual de sus viajes. Su profundo interés por el mundo le llevó de nuevo a Etiopía en 1809, esta vez al servicio del gobierno británico. Tras desentrañar las complejas relaciones entre los tigres y el caudillo Ras Wolde Selassie, Salt regresó a casa triunfante. Publicó los resultados de sus descubrimientos en la reveladora obra A voyage to Abyssinia, & travels into the interior of that country.
En medio del antiguo esplendor de Egipto, Salt encontró un nuevo hogar como Cónsul General en El Cairo en 1815. Su misión consistió en descubrir y reunir los tesoros del país. Destacó en particular la cabeza de una estatua de Ramsés II del Ramesseum de Luxor, que legó al Museo Británico, y el sarcófago de Ramsés III, que fue a parar al Louvre de París. Tanto a través de sus propias excavaciones como financiando otras, Salt contribuyó significativamente al conocimiento de la cultura egipcia, dejando un rastro de grabados artísticos que captaban la estética de esta civilización desaparecida hace mucho tiempo. Aunque su trabajo gozó de gran reconocimiento, sobre todo por su habilidad para descifrar jeroglíficos, Salt fue también un cariñoso padre de familia. Se casó con la hija de un comerciante italiano de Livorno y tuvo tres hijas con ella. A pesar de las trágicas pérdidas sufridas por su familia, como la muerte de su esposa y de su hija recién nacida, Salt mantuvo su dignidad y su celo. Henry Salt falleció el 30 de octubre de 1827 en Desouk, cerca de Alejandría, pero su legado perdura en sus obras, que honramos y reproducimos como magníficos grabados artísticos. Cada trazo y cada línea cuentan la historia de un hombre dedicado al arte, al descubrimiento y a la conservación del patrimonio cultural. Fue un auténtico pionero cuya influencia y trascendencia perduran hasta nuestros días.
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