Entrar en uno de los edificios de Quarenghi es como entrar en un escenario diseñado para la claridad y la armonía. El aire está impregnado de una fría racionalidad que nunca es fría, sino que transmite una sutil elegancia. Filas de columnas, como centinelas silenciosos, guían rítmicamente la luz que entra por las altas ventanas, acentuando la geometría de la arquitectura. Hay un diálogo entre luces y sombras, entre el orden estricto y un atisbo de monumentalidad que envuelve al visitante. Las proporciones son equilibradas, las líneas claras y sin adornos: todo se ciñe a los ideales del Neoclasicismo, que en manos de Quarenghi se convierte casi en una composición musical.
La atmósfera de sus espacios está marcada por una serena dignidad que invita al recogimiento y la reflexión. Parece como si el tiempo se ralentizara, como si el propio espacio incitara a la contemplación. Los materiales -mármol, estuco, madera- están trabajados con una precisión que revela el toque del maestro. Quarenghi supo trasladar la grandeza de los modelos antiguos a la era moderna sin recurrir a la mera imitación. Sus edificios hablan de un anhelo de orden y belleza, de un mundo en el que la razón y la estética van de la mano. Habitar una de sus obras es sentir el poder de la arquitectura para crear espacios no sólo funcionales, sino también intelectualmente estimulantes.
Entrar en uno de los edificios de Quarenghi es como entrar en un escenario diseñado para la claridad y la armonía. El aire está impregnado de una fría racionalidad que nunca es fría, sino que transmite una sutil elegancia. Filas de columnas, como centinelas silenciosos, guían rítmicamente la luz que entra por las altas ventanas, acentuando la geometría de la arquitectura. Hay un diálogo entre luces y sombras, entre el orden estricto y un atisbo de monumentalidad que envuelve al visitante. Las proporciones son equilibradas, las líneas claras y sin adornos: todo se ciñe a los ideales del Neoclasicismo, que en manos de Quarenghi se convierte casi en una composición musical.
La atmósfera de sus espacios está marcada por una serena dignidad que invita al recogimiento y la reflexión. Parece como si el tiempo se ralentizara, como si el propio espacio incitara a la contemplación. Los materiales -mármol, estuco, madera- están trabajados con una precisión que revela el toque del maestro. Quarenghi supo trasladar la grandeza de los modelos antiguos a la era moderna sin recurrir a la mera imitación. Sus edificios hablan de un anhelo de orden y belleza, de un mundo en el que la razón y la estética van de la mano. Habitar una de sus obras es sentir el poder de la arquitectura para crear espacios no sólo funcionales, sino también intelectualmente estimulantes.
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