En las entrañas de la ciudad de Roma, en el corazón del antiguo Collegium Romanum, se desplegó el panorama espiritual de Athanasius Kircher, jesuita y polímata alemán nacido el 2 de mayo de 1602 en Geisa, en el Hochstift Fulda. En verdad, Kircher no sólo fue un hombre de su tiempo, sino también de sus visiones y milagros. Inscrito en los textos sombríos de su época, Friedrich Kittler lo elogió como "el incendiario científico del Papa", preservador del saber y protector de la ciencia. En pleno Renacimiento, Kircher se impuso con monografías sin precedentes sobre egiptología, geología, medicina, matemáticas y teoría musical. Su lema, In uno omnia (En uno todo), resume la totalidad de su curiosidad científica y refleja también el espíritu de nuestro tiempo y la perfección de la reproducción de impresiones artísticas tal y como la perseguimos.
A primera vista, la biografía de Athanasius Kircher puede parecer una simple cronología de su vida. Pero detrás de cada fecha se esconde una historia de largo alcance llena de ciencia, cultura y fascinación. Ingresó en la Orden de los Jesuitas el 2 de octubre de 1618 y comenzó a estudiar filosofía y teología, abriendo así el primer capítulo de su extraordinaria vida. Su viaje le llevó a través de las turbulencias de la Guerra de los Treinta Años y a las aulas de la Universidad Pontificia de Aviñón, en Francia. En 1633 se le ofreció la oportunidad de convertirse en el sucesor de Johannes Kepler, pero el destino tenía otros planes y le llevó a Roma, al Collegium Romanum. Aquí se perfeccionó en diversas disciplinas y trabajó como profesor de matemáticas, física y lenguas orientales. Pero su insaciable curiosidad también le llevó a realizar viajes de investigación fuera de la universidad, por ejemplo a Sicilia, donde escaló las islas Lípari y el Etna.
En el segundo periodo de su vida, que dedicó a la ciencia, Kircher realizó multitud de obras que van desde las matemáticas, la física y la química hasta la geografía, la geología, la astronomía, la biología, la medicina, la música, las lenguas, la filología y la historia. Sus publicaciones son un caudal de información y reflejan su profunda fascinación por el espacio, la vida y la experiencia humana. Su impresionante libro Magnes (1641), por ejemplo, que trataba principalmente del magnetismo, abarca un amplio espectro y abre debates sobre temas como la gravitación e incluso el amor. Quizá su obra más conocida, el Edipo Egipcio (1652), es un amplio estudio de egiptología y religión comparada que da vida al esplendor y la complejidad del antiguo Egipto. Su contribución a la erudición y su dedicación a la belleza y precisión del arte y la cultura egipcios son aspectos que valoramos especialmente en nuestra propia búsqueda de la perfección en la reproducción de grabados de bellas artes. Kircher, fallecido en Roma el 27 de noviembre de 1680, deja un legado que refleja tanto su capacidad de profundidad y variedad en sus investigaciones científicas como su aprecio por el arte. Fue un hombre cuya curiosidad y pasión le permitieron ampliar los límites del conocimiento de su época. Hoy vivimos su legado dando vida a su obra y a su amor por el arte en nuestras estampas artísticas, haciendo accesibles su belleza y sus conocimientos a las generaciones futuras.
En las entrañas de la ciudad de Roma, en el corazón del antiguo Collegium Romanum, se desplegó el panorama espiritual de Athanasius Kircher, jesuita y polímata alemán nacido el 2 de mayo de 1602 en Geisa, en el Hochstift Fulda. En verdad, Kircher no sólo fue un hombre de su tiempo, sino también de sus visiones y milagros. Inscrito en los textos sombríos de su época, Friedrich Kittler lo elogió como "el incendiario científico del Papa", preservador del saber y protector de la ciencia. En pleno Renacimiento, Kircher se impuso con monografías sin precedentes sobre egiptología, geología, medicina, matemáticas y teoría musical. Su lema, In uno omnia (En uno todo), resume la totalidad de su curiosidad científica y refleja también el espíritu de nuestro tiempo y la perfección de la reproducción de impresiones artísticas tal y como la perseguimos.
A primera vista, la biografía de Athanasius Kircher puede parecer una simple cronología de su vida. Pero detrás de cada fecha se esconde una historia de largo alcance llena de ciencia, cultura y fascinación. Ingresó en la Orden de los Jesuitas el 2 de octubre de 1618 y comenzó a estudiar filosofía y teología, abriendo así el primer capítulo de su extraordinaria vida. Su viaje le llevó a través de las turbulencias de la Guerra de los Treinta Años y a las aulas de la Universidad Pontificia de Aviñón, en Francia. En 1633 se le ofreció la oportunidad de convertirse en el sucesor de Johannes Kepler, pero el destino tenía otros planes y le llevó a Roma, al Collegium Romanum. Aquí se perfeccionó en diversas disciplinas y trabajó como profesor de matemáticas, física y lenguas orientales. Pero su insaciable curiosidad también le llevó a realizar viajes de investigación fuera de la universidad, por ejemplo a Sicilia, donde escaló las islas Lípari y el Etna.
En el segundo periodo de su vida, que dedicó a la ciencia, Kircher realizó multitud de obras que van desde las matemáticas, la física y la química hasta la geografía, la geología, la astronomía, la biología, la medicina, la música, las lenguas, la filología y la historia. Sus publicaciones son un caudal de información y reflejan su profunda fascinación por el espacio, la vida y la experiencia humana. Su impresionante libro Magnes (1641), por ejemplo, que trataba principalmente del magnetismo, abarca un amplio espectro y abre debates sobre temas como la gravitación e incluso el amor. Quizá su obra más conocida, el Edipo Egipcio (1652), es un amplio estudio de egiptología y religión comparada que da vida al esplendor y la complejidad del antiguo Egipto. Su contribución a la erudición y su dedicación a la belleza y precisión del arte y la cultura egipcios son aspectos que valoramos especialmente en nuestra propia búsqueda de la perfección en la reproducción de grabados de bellas artes. Kircher, fallecido en Roma el 27 de noviembre de 1680, deja un legado que refleja tanto su capacidad de profundidad y variedad en sus investigaciones científicas como su aprecio por el arte. Fue un hombre cuya curiosidad y pasión le permitieron ampliar los límites del conocimiento de su época. Hoy vivimos su legado dando vida a su obra y a su amor por el arte en nuestras estampas artísticas, haciendo accesibles su belleza y sus conocimientos a las generaciones futuras.
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